Esa tarde, cuando te vi, esperabas que trajeran tu café y esperabas que, como de costumbre, lloviera de un momento a otro, sin aviso y bien fuerte. Lástima que las nubes grises estuvieran tan altas ese día y que el cielo santiaguino no las deje cumplir su húmeda labor con tanta frecuencia como el nuestro. Te vi salir y caminabas mirando el suelo. Agachado, como siempre, con un hombro más inclinado que el otro por ese cello que todos quienes te conocen logran ver aún cuando no lo cargas encima.
Y avanzabas concentrado contando adoquines. Entonces, pasó fugaz un gato que te distrajo. Un fugitivo imposible de describir por la poca luz del camino y porque, después de todo, como siempre dice la gente grande, “de noche todos los gatos son negros”. El sentimiento de frustración en ese preciso momento para ti fue doble y sólo podrían comprenderlo aquellos que acostumbran a llevar cuentas con los pasos y que además, nunca han tenido afinidad por los felinos. Perdiste la cuenta por culpa de un gato al que ni siquiera alcanzaste a condenar con la mínima fracción de una mirada de furia.
Una cuadra más tarde, más noche, sin luna y sin darte cuenta, ya mirabas al frente resignado. En la esquina, tu imagen comenzó a desvanecerse. Más lejos, más transparente, más sombra, más noche, sin luna y frío.
Dejé de verte justo cuando recordaste una película que no encajó en ninguno de mis datos de colección. Sin acceso a los tuyos me fue imposible seguir caminando a tu lado después de esa esquina - Nunca me viste.
Las películas jamás fueron nuestro punto de intersección. El cine…por el cine, es cuento aparte.
*********************