La Relojería del abuelo

Ese día llegué con una seguridad de repertorio. Años pasaron antes de volver a pisar esas callecitas que creía conocer, aunque en el fondo, sabía que sólo me pertenecían por los relatos de otros, los de la gente grande. Esa seguridad me impulsaba a caminar como si lo conociera todo, apropiándome de esos rincones repletos de historias de sobremesa, y que entonces fueron mi único mapa.

Por no parecer una extraña, me inventé la idea del viaje de rutina, por eso llegué dormitando y de a poquito los sentidos empezaron a reaccionar. La feria, la gente, las flores y el mar, que todavía se afirmaba en su centro desconocido, continuaba sin salirse de sus bordes. Algunas personas me miraban con cara de saludo, yo, simplemente no reconocí a nadie, pero asumí después del tercer saludo, que seguramente me confundían con la imagen que quedó por ahí de mi madre.

Tantos tic-tac, tanto polvo y manecillas, tanta historia sin papel.

-Hija, voy al servicio y vuelvo altiro

-Sí abuelo, no se preocupe, me quedo cuidando.

Y esas palabras que van cambiando y que dan cuenta del paso del tiempo como si con los relojes no bastara.
¿Será que el tiempo se pierde? ¿Se gana? Los ritmos se intercalan

Puedo mirarlo desde aquí, puedo mirar al tiempo con lupa, por dentro, puedo desarmarlo y sacarle el polvo y los números si es que quiero.
Porque en la relojería del abuelo, puedes hasta tener el tiempo en tus manos y tienes tantos tiempos que nuca es malo guardarte unos cuantos en los bolsillos para cuando te hagan falta.

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A mi abuelo